«UNA IMAGEN DEL SANTO CRISTO DE LO MÁS DEVOTA QUE SE PUEDE IMAGINAR»

A unos dos kilómetros del municipio de Las Veguillas, en la provincia de Salamanca, se encuentra el Santuario de Cabrera, en pleno corazón del campo charro, en cuyo paraje se divisa la ermita que custodia la imagen del Santísimo Cristo de Cabrera.

En esta ermita entró Santa Maravillas una mañana de marzo de 1949. La santa buscaba un lugar para trasladar su fundación de Batuecas. Las monjas de este Carmelo acaban de cederlo, con gran generosidad, a los padres carmelitas descalzos, y hay que buscar otro emplazamiento para el nuevo monasterio.

Tras muchos avatares, que ella misma cuenta en sus cartas y que iremos narrando próximamente, el 4 de octubre de 1950 la comunidad de Batuecas llegaba a Cabrera para instalarse en un convento adosado a la ermita. Desde entonces ellas serán las guardianas y custodias de la sagrada imagen.

Mientras duraban las obras del nuevo carmelo y la reforma de la ermita, la imagen quedó guardada en el locutorio del convento. Unos días antes de la inauguración, se encontraba la Madre Maravillas en Cabrera, ultimando detalles. Era el momento de trasladar el Santo Cristo a su nuevo altar. La Madre, con la veneración que cabe suponer, lo organizó con gran solemnidad. Cuando llegaron al interior de la ermita, los obreros, en medio de un silencio imponente, se dispusieron a levantar en alto la imagen de Cristo crucificado, para meter la cruz en su hendidura. La Madre Maravillas estaba verdaderamente… sobrecogida. Veía a aquellos hombres pasar las sogas por el madero y empinar esa cruz en la que estaba clavado su Dios y Señor. Y el ruido bronco y duro de los martillos le traspasaba el corazón. Podemos conjeturar que era el recuerdo vivísimo del Calvario, con todo su amor y dolor, el que despertó en ella una tremenda conmoción.

A una hermana que estaba a su lado, le impresionaban más el recogimiento de la Madre y su rostro transfigurado que la cruz alzada o la mirada de Cristo, llena de majestad y dulzura. Y aún se impresionó más cuando la Madre, consternada, rompió aquel denso silencio con esta exclamación: «Tengo que hacer un gran esfuerzo para pensar que no es verdad, y que estos hombres son buenísimos y le quieren mucho».