Sembrando Alegrías

Santa Madre Maravillas de Jesús

PERSONAS QUE AGRADECEN FAVORES

LA HISTORIA DE CLARA MARAVILLAS

En septiembre del año 2023, mi marido Jairo y yo nos enteramos de que esperábamos a nuestro segundo hijo. Nuestra primera hija, Julia, tenía ya once meses, y recibimos la noticia con gran alegría. Fue un principio de embarazo fácil, sin demasiados síntomas molestos, pero yo sentía en mi interior que algo no «iba bien». A pesar de que en las primeras ecografías de control la evolución del bebé era normal, en la ecografía de las doce semanas a nuestra hija le diagnosticaron una malformación en la cabeza: no se le había terminado de cerrar el cráneo en la zona posterior de la cabeza y se observaba un pequeño saquito relleno de líquido céfalo-raquídeo. Los médicos nos dijeron que era un diagnóstico muy grave, cuya evolución podía ser muy incierta, pero que, si el embarazo lograba llegar a término, la patología del bebé sería incompatible con la vida fuera del útero. Era el 27 de noviembre, día de la Virgen de la Medalla Milagrosa.

Fue un golpe duro; Jairo y yo estábamos muy tristes. Decidimos descartar cualquier prueba que pudiese comprometer la salud de nuestra hija, ya que teníamos claro que íbamos a acompañar a nuestro bebé, fuese cual fuese el pronóstico vital. Yo, personalmente, decidí vivir el embarazo con normalidad, con alegría y con ilusión, confiando en el poder del Señor y sostenida por la oración de los hermanos y de la Iglesia.

Hace muchos años, no sé exactamente cuántos, que conocemos a la Madre Maravillas. A mi madre se la presentó una amiga, y desde entonces se ha hecho realidad el dicho de que «los amigos de mis amigos son mis amigos». ¡Y qué bueno es tener amigos que te quieren como quiere el Señor! Mi madre visitaba muy a menudo el convento de La Aldehuela, y mi hermana, que trabaja en las inmediaciones, también lo visitaba si tenía ocasión. Sin embargo, mi encuentro con la Madre fue a las pocas semanas de haber recibido el diagnóstico de Clara. Mi madre me trajo una felicitación de Navidad de parte de una amiga suya, y me mandaba una reliquia de la Madre Maravillas, invitándome a recurrir a su intercesión diariamente, tal y como ella había hecho hacía veinticuatro años durante el embarazo de su hijo, confiando en la mediación de los santos ante Dios. Recuerdo que en ese momento sentí una profunda tristeza, tal vez porque empezaba a calar la gravedad del asunto, pero decidí, casi en obediencia, acogerme a esta invitación y pedirle a la santa la sanación de mi hija siguiendo su lema: «Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera, como Dios quiera». Sabía que esa es la única manera de pedir «bien».

Desde el diagnóstico, las ecografías de seguimiento se multiplicaron, dándonos la oportunidad de ver frecuentemente a nuestro bebé, pero también de constatar los hallazgos y la evolución de la malformación. Con el avance de la gestación, el defecto iba creciendo y junto al líquido céfalo-raquídeo, empezó a desplazarse al saquito parte de tejido del cerebro, lo que ratificaba el pronóstico de incompatibilidad con la vida exterior.

En la semana 25 de embarazo, los médicos consideraron oportuno realizar una resonancia magnética fetal para evaluar la estructura cerebral de nuestra hija y tener mayor certeza sobre el diagnóstico. La resonancia mostraba que las estructuras responsables de las funciones vitales (respiración, latir del corazón) estaban preservadas dentro del cráneo, aunque no en las mejores condiciones; uno de los lóbulos parecía necrosado por un posible infarto cerebral y a que debido a la presencia del saquito, el cerebro se había formado de manera desestructurada, teniendo una morfología muy anómala. Dado que las funciones vitales no estaban comprometidas, existía una probabilidad muy baja de que nuestra hija viviese más allá del parto, pero con un diagnóstico neurológico muy grave. Delante de nosotros se abría otro horizonte, la posibilidad de una supervivencia incierta y una discapacidad altísima para nuestra hija. Fue otro golpe duro, acompañado de una profunda tristeza, pero seguimos confiando en el plan del Señor,

Este nuevo diagnóstico supuso un traslado de expediente al hospital de La Paz por la previsible atención médica que pudiese requerir nuestra hija al nacer, así como para poder darle los cuidados paliativos necesarios. Continuaron las ecografías frecuentes con el equipo de embarazos de alto riesgo del nuevo hospital, en las que nos comentaron que, a pesar de que existía una probabilidad de supervivencia, esta era muy baja ya que el cuadro neurológico del bebé, en su conjunto, seguía siendo muy desalentador.

Jairo y yo nos habíamos empezado a plantear hacer a nuestra hija donante de órganos. En el caso de neonatos, el único órgano que puede ser donado es el corazón, y la patología que tenía nuestra hija la hacía candidata para ello ya que, a priori, no existía ninguna alteración genética que descartase la posibilidad. Empezamos a mantener conversaciones con el equipo de coordinación de trasplantes del hospital y les planteamos nuestro deseo de hacer a nuestro bebé donante de corazón, así que se puso en marcha la maquinaria de trasplantes en preparación a la llegada de nuestra hija.

En la recta final del embarazo, solicité en el trabajo no asistir los viernes. Quería dedicarle tiempo a Clara, a preparar su llegada y, si Dios así lo quería, también su despedida. Quería tener tiempo para pasear con ella, para tenerla presente saliendo del ajetreo del día a día en el que parece que todo se difumina. Fue en una de las visitas a La Aldehuela un viernes cuando, a los pies de la Madre Maravillas, hice una promesa. Una vez alguien me había dicho que a los santos había que prometerles «algo». Así que allí, de rodillas frente a la Madre, le prometí que si Clara nacía viva, llevaría su nombre. Mirando atrás, no sé por qué la condición que puse fue que Clara naciese viva y no que viviese (y viviese mucho), pero en mi corazón tenía el deseo profundo de poder bautizarla viva, nada más nacer, y así fue.

Veíamos acercarse el desenlace y, con él, mucha incertidumbre y pocos preparativos, pero con la esperanza puesta en el milagro. El comité de médicos había fijado la fecha de parto para el lunes, 27 de mayo, dado que nuestra hija tenía que nacer por cesárea. La Liturgia de la Palabra de aquel lunes parecía hablar directamente a mi corazón: «No hay nada imposible para Dios», concluía el Evangelio del día. Y así es. Para gloria de Dios, nuestra hija Clara Maravillas nació bajo la mirada de muchas más personas que en otros casos por su diagnóstico, lo que hizo de su bautizo en el quirófano una ceremonia multitudinaria. El pater, don Benito, párroco castrense de Santa María de la Dehesa, bautizó a Clara Maravillas de Jesús en el quirófano del hospital de La Paz. Contra todo pronóstico médico, rompió a llorar espontáneamente, y tenía todos los reflejos de un recién nacido sano, a pesar de su patología y de tener el saquito de líquido en la parte posterior de la cabeza.

Clara Maravillas fue ingresada en la UCI de neonatología sin soporte vital alguno, a expensas de ver su evolución en las horas sucesivas. Al día siguiente de nacer, la operaron para quitarle el saquito y cerrarle el detecto en el cráneo. Clara evolucionaba favorablemente, para sorpresa de los médicos, mostrando las reacciones normales de un recién nacido. Volvieron a intervenirla para ponerle una válvula de derivación del líquido del cerebro al abdomen. Tras la segunda operación, Clara Maravillas fue dada de alta del hospital con la valoración positiva de los neurocirujanos, neuropediatras y neonatólogos.

Tenemos la certeza de ver la mano de Dios en Clara cada día, del poder de la oración y del amor de Dios para cada uno de sus hijos. No podríamos relatar cada detalle que el Señor ha tenido con nosotros en este camino, cada persona, cada profesional que ha ido poniendo a nuestro lado, la oración y el sostén de los hermanos, la vida en fraternidad y la comunión de todos los Santos.

Clara nos ha permitido experimentar cómo actúa Dios con sus hijos, tendiéndonos una mano en la adversidad, invitándonos, como a Pedro, a caminar sobre las aguas en medio de la tormenta. Dios está deseando hacer maravillas si le dejarnos, si confiamos plenamente en su Amor como verdaderos niños, abandonados a su misericordia porque, como dice su Palabra: «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!»

Queremos daros las gracias, hermanas carmelitas, por vuestra oración por nuestra familia y, en especial, por Clara Maravillas, por vuestra intercesión ante la Madre Maravillas para que rogase a Dios por este milagro, y por todo el cariño que hemos recibido. Creemos que todo ello ha revertido en la sanación de nuestra hija, pero también en habernos sostenido durante todo este largo camino. ¡Cuánto bien hacéis en la Iglesia y en el mundo entero con vuestro testimonio silencioso y en lo escondido, abriendo con vuestra oración caminos para que el amor del Señor llegue a tantos. Muchas veces pienso en lo que Jesús le dijo a Marta, «María ha escogido la mejor parte y no le será quitada». Esa es también vuestra parte.

Queridas hermanas, ha pasado ya algo más de un año desde el diagnóstico de Clara Maravillas y si algo podemos asegurar es que, de manera patente, Él no abandona la obra de sus manos. Durante este tiempo, desde el nacimiento de Clara hemos corrido muchas veces el riesgo de normalizar lo sobrenatural, de confundir la actuación viva y eficaz de Dios en nuestras vidas con las «incertidumbres» de la ciencia y las limitaciones humanas en su discernimiento. Hace poco, comentamos Jairo y yo con una doctora si no se podría revisar el protocolo para informar a los padres sobre el diagnóstico prenatal desfavorable de sus hijos de una manera menos sentenciosa. Todos nuestros argumentos partían de aquel diagnóstico de Clara: «Incompatible con la vida» que, a la vista está, era un diagnóstico cuanto menos, cuestionable. Pero, ¿lo era?

He reflexionado mucho sobre ello y compartido este pensamiento con algunas personas de mi entorno más cercano y he llegado a la conclusión de que el Señor sigue permitiendo que, incluso habiendo visto su gloria, podamos seguir caminando en fe, tal vez de una manera menos visible. ¿Y por qué lo veo así? Porque durante el embarazo tras el diagnóstico de Clara esperaba en fe el milagro, aceptando Su voluntad, pero confiando en Aquel que lo podía todo. Ahora, sin embargo, camino, creyendo en fe, que ha sido Él el que ha actuado en la vida de Clara Maravillas, más allá de las posibles equivocaciones de los médicos, de lo incierto del diagnóstico en su momento y, sobre todo, del interés genuino del enemigo de hacerme creer que así ha sido y no ha habido milagro alguno. Jesús mismo nos dice: «Pedid y se os dará», y nos ha sido dado ¿qué más signo busco? Cuán precioso y valioso es el don de la fe que tanto se esmera el diablo en arrebatarnos…

Seguimos contando con vuestra oración, porque los años venideros serán difíciles pero sabemos que nuestro buen Dios seguirá haciendo su obra hasta su completa restauración. ¡Gracias de todo corazón, Santa Maravillas, gracias, hermanas carmelitas de La Aldehuela! ¡Él reina!

 Blanca Sierra