Pensamientos

Santa Maravillas de Jesús

Nada estorba a la santidad si somos fieles

Si de veras le servimos y le amamos, eso es la santidad.

La santidad es muy sencilla: dejarse confiada y amorosamente en brazos de Dios, queriendo y haciendo lo que creemos que Él quiere. 

Nada estorba a la santidad si somos fieles. 

Los santos fueron santos porque quisieron, con inmenso querer, ser fieles. 

Cumplir la amorosísima voluntad de nuestro Dios es lo único que importa en la vida, y en ello está la paz, la felicidad y, sobre todo, la santificación. 

Los santos son los que realmente son todopoderosos, porque tienen al mismo Señor con ellos.

Es mayor bien para las almas un alma que se santifica que todo lo demás.

Lo único importante es procurar agradar a Dios nuestro Señor y el juicio suyo, y lo que únicamente vale es lo que seamos delante de nuestro Dios.

Que hagamos siempre cuanto sea del agrado de nuestro Cristo bendito, que sólo tenemos esta vida para ello.

Lo único importante es que el Señor tenga las riendas de nuestra vida y la lleve por donde quiera.

Queriéndolo Él y pensando que se le da gusto, todo lo amargo se vuelve dulce y lo desabrido sabroso.

No puede ser sino bueno lo que nos viene de Él, aunque tengamos que acatar su voluntad santísima sin entenderla. ¡Y qué alegría que sea así, para probarle nuestro amor y nuestra entrega!.

Señor, cuando Tú quieras, como Tú quieras, lo que Tú quieras; eso es lo único que queremos y deseamos.

Amor con amor se paga

Yo quisiera que todo, todo me llevase igualmente a Dios, sea lo que sea; a Dios, que es mi vida y mi todo.

 ¿Quién puede amarla y procurar su bien con el amor con que Él la ama y con el poder y la bondad con que Él lo procura?

El amor del Señor no tiene límites; que no lo tenga tampoco el nuestro.

El amor será eternamente el mismo que tengamos al acabarse la vida.

Si has nacido para morir de amor, ¿qué te importa todo lo demás?

¡Cómo tenemos que ser con el Señor y qué delicadezas de amor tenemos que tener, que amor con amor se paga!

Cada día aumenta, si le somos fieles, la capacidad de amarle. ¡Qué felicidad!

Yo no quiero saber otra cosa sino amar al Señor. ¡Qué pequeño, qué nada se ve el mundo y qué insensatas todas las luchas y deseos que en él hay!

Cada vez comprendo más la nada de todo lo que no es Dios y siento la imperiosa necesidad de amarle, de olvidarme de mí por completo para que sólo Él viva en mí.

Este tiempo de la vida tan corto hemos de aprovecharlo con alegría, ofreciéndole con gozo todo cuanto nos suceda, que todo es para que crezcamos en el amor.

¿Por qué no le conocerán y le amarán todas sus criaturas? Porque no le conocen, que si le conociesen, no podrían no amarle.

LE HAN COSTADO AL SEÑOR MUCHO LAS ALMAS

Cuando se piensa que el Señor dijo: “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres”, no se puede menos de desear con toda el alma hacer cuanto sea posible para que pueda tener esas delicias de su amorosísimo Corazón.

¡Tengo tanta sed de Él, quisiera tanto agradarle, ser de modo que pudiese ganar almas a su amor…!

 Qué tormento es ver la nada de todo lo que no es Dios y, por otro lado, tantas multitudes que ciegamente se van tras ello.

 Debe de ser muy triste la vida sin conocer ni amar a Cristo nuestro Bien, ni a su Madre dulcísima, sin contar con lo de la otra vida. ¡Cuánto le agradará que los que le conocen y le aman se ocupen de sus intereses, que son las almas!

 ¡Le han costado al Señor mucho las almas, para que permita que se le pierdan!

 Pidamos mucho para que las almas se vuelvan a Dios, y consolémosle de tanta ingratitud, entregándonos más y más a Él.

 Me abraso en deseos de que las almas vayan a Dios.

Cristo no pasa

Yo no quiero la vida, sino para imitar lo más posible la de Cristo.

 ¡Cuántas cosas pasadas…; pero Cristo no pasa!

 Todo nos puede faltar. Todos los otros amores un día nos faltarán, pero el de su Corazón no nos faltará jamás.

 Con Él todo se hace suave y dulce, aun lo más amargo.

Cristo nos guarda, y con Él ¿qué hay que temer?

Si Él está contento, ¿qué más podemos querer?

¡Qué bueno es mi Cristo cuando da y cuando quita y siempre!

Considerando que Dios se hizo hombre por nuestro amor, no sé cómo no nos volvemos todos locos de amor por Él.

¡Qué tontería es todo lo que no es Él! ¡Cómo llena Él solo todas las necesidades del alma, que creó para Él!

Dejémonos purificar, iluminar y consumir por Él, que Él solo es la razón de nuestra vida.

¡Qué serán aquellos ojos y aquellas manos y aquel Corazón!

Todo está en confiar del todo en su Corazón y abandonarse amorosamente en sus manos.

No esté triste, pase lo que pase. Las penillas al fondo, fondo del Corazón de Cristo, y en el suyo sólo su amor y su gloria.

Intérnese en ese Corazón donde tiene hecho su nido, y viva ahí, abandonada y segura, sólo para Él.

No está sola, puesto que tiene a Dios, que es todo suyo.

Él sabe bien lo que más nos conviene, pero este tonto de corazón humano hace a veces de las suyas, y mi Cristo le comprende.

Cristo se ha quedado en el sagrario para que le amemos, le imitemos, para ser nuestra fortaleza y nuestro consuelo.

Preferir, prefiero lo que quiera mi Cristo siempre y en todo, en lo grande y en lo chico.

¡QUÉ DICHA ES TENER A MARÍA POR MADRE!

¿Qué puede faltarle teniendo tal Madre?

Bendito sea nuestro Dios, que así nos dio a su Madre por Madre nuestra.

He tomado a la Virgen Santísima por Madre de un modo especialísimo, y Ella es la encargada también de prepararme, cubrirme y ampararme. ¡Qué buena es esta dulcísima Madre!

¡Qué dicha es tener a María por Madre! No pierda tan dulce compañía, que con Ella está siempre Jesús.

No deje de pedir siempre a nuestra dulcísima Madre que la haga como Ella la quiere para Jesús.

Aprenda en el Corazón de su Madre cómo se ama a Jesús.

Tomemos por modelo a la Virgen Santísima y permanezcamos con Ella al pie de la Cruz, con viva fe y perfecto amor.

Si se entrega de veras a Ella, le llenará del amor de su Hijo.

Toda la esperanza está en la Virgen. ¡Pobres almas que no quieren aprovechar tanto amor y tanta misericordia!

SOLO LA ORACIÓN NOS PUEDE SALVAR

La verdadera felicidad en la otra vida y en ésta es la mayor unión y el mayor amor a Cristo nuestro Bien. Mire si nos ha amado, que no ha podido esperar al cielo para unirse con el alma. Sólo la oración nos puede salvar, y nuestra fidelidad en todo. El Señor es el único que puede tocar los corazones, y la oración nunca deja de ser escuchada. La oración es, apartada de todo lo exterior e interior, dar rienda suelta a ese amor callado. En la soledad habla Él más al corazón. El Señor nunca deja de inspirar al alma lo que debe hacer, siempre que ella le escuche en vacío de todo lo suyo. ¡Qué misterio de amor! Esa unión que tendremos, por su misericordia, en el cielo, empieza ya de verdad en la tierra. ¡Qué locura es desperdiciar ni un momento de esta vida, que con tan infinito y tierno amor nos concede para que nos unamos a Él! Todo contribuye a la paz del corazón y al bien del alma, viviendo en la amorosa presencia y unión con nuestro Dios. Fiémonos de Él, que nos lleve por donde quiera y como sea, para que cuanto antes, lleguemos a unirnos con Él. El propósito que para mí lo encierra todo, cumplido de veras, es vivir en la presencia de Dios vivo, muy amante y muy amado, y a éste va unido el de agradarle en todo momento. Haga morar a Cristo nuestro Bien cada día más agradado en su corazón, que es cosa fácil, puesto que Él nos da para ello todo cuanto necesitamos.

LA CRUZ ES UN TESORO

La cruz es un tesoro del cual no nos quiere privar este Rey nuestro, que conoce tan bien su valor.

Más nos acerca a Dios una temporadita de cruz que todos nuestros pobres esfuerzos.

En la cruz es donde más se logra la unión con Cristo nuestro Bien.

¡Cómo bendeciremos en la otra vida la bendita cruz!

Los trabajos de esta vida nos harán más conocer y más amar a Dios para siempre, siempre, siempre.

¡Bendita cruz! En el cielo veremos la providencia amorosísima con que nos la manda el Señor, aunque aquí no lo entendamos.

Pongamos el hombro para ayudar al Señor a llevar la cruz, ahora que tantos suyos le dejan.

El Señor, cuando quiere, sabe crucificar, sí; pero ¡con qué amor!

Las obras de Dios tienen que llevar su sello, que es el de la cruz. Cuando Él lo quiera, todas las dificultades se desharán como la espuma.

Comprendo cuánto estará pasando, porque si tuviera siempre la alegría del sacrificio, no podría llamarse cruz lo que el Señor le envía.

No tenga miedo de llevar mal su cruz porque la sienta, que el Señor bien conoce nuestro corazón y ve que, aunque sólo quiere lo que Él quiere, cuesta mucho.

¡Qué buenísimo es el Señor, y cuando pide algún sacrificio, con qué amor estará Él pendiente del alma!

El Señor no envía el dolor sino para mayor bien de las almas.

A todo el que Dios prueba con tribulaciones, es señal de que le ama.

El fruto del sufrimiento es estar cada día más cerca de Dios.

Nuestros sufrimientos los encauza el Señor hacia donde quiere, y por un lado o por otro, siempre dan su fruto.

Sufrir en unión con Cristo nuestro Bien es muy distinto que sufrir sin ella.

¿Qué importa el sacrificio, si a Él se le puede dar alguna gloria? ¿Qué importa lo nuestro tan pequeño?

¡Qué bien poder unir nuestros pobres sacrificios a los suyos, sobre todo los del corazón!

EL PECADO

¡Qué poco importa todo, menos el ofender a Dios! ¡Pobres almas que huyen de Quien tanto las ama y tanto desea su bien! El Señor bien conoce nuestra miseria, que de ella es caer y de su misericordia perdonar. ¡Pobre Jesús mío, qué ganas dan de quererle de veras por tantos como no le quieren! Demos a nuestro Cristo el amor que los que no le conocen le niegan. ¡Quisiera amarle tanto por los que no le aman! Pero con obras y en verdad. Quisiera yo poder, a costa de cuanto fuera necesario, transformar las ofensas que en el mundo se cometen, en gloria, amor y consuelo para el Corazón de mi dulcísimo Jesús. No hay que permitir que las espinas que punzan nuestro corazón puncen también el del Señor. ¡Quién pudiera ofrecer al Señor algo que pudiera consolarle! Hemos de reparar, con nuestra fidelidad y nuestro amor, tantas y tantas ofensas como, precisamente de los suyos, recibe nuestro Dios.

CON LA FE TODO CAMBIA

No hay más que vivir de fe, y entonces ya todo resulta fácil, porque viéndole con nosotros tan bueno, tan lleno de amor, tan pendiente del nuestro, ¡quién no vivirá sólo para Él y le amará con locura! ¿Qué es todo, qué importa todo estos cuatro días de vida, visto a la luz de la verdad? ¿Qué importa que no tenga el sentimiento de la fe, si está viviendo de ella a cada momento?. Estas penas sin la fe deben de ser imposibles de sufrir, pero con ella todo cambia, por doloroso que sea, viendo que Quien lo permite es Quien nos ama infinitamente. Veo entre las tinieblas, con una claridad muy grande, lo vano que es todo lo que no es Dios. Viva siempre llena de fe, de confianza, dejando que el Señor guíe su barquilla y duerma si quiere en ella.

CONFIAR A CIEGAS

¡Qué bueno es confiar en Dios y abandonar en Él todo cuidado! El Señor sabe, puede y nos ama. ¿Cómo no vamos a ir a Él con inmensa confianza, si nos compró con su Sangre? Nadie puede quitarnos nuestra felicidad, pase lo que pase. Sin Él nada podemos, pero con Él, todo. No quiero sino confiar a ciegas y esperar contra toda esperanza, sin ocuparme de mí. ¡Qué buenísimo es, y cómo, en cuanto el alma pone un poco de su parte, lo hace Él todo! Todo lo que no es Dios es nada en absoluto. Déjele que Él la lleve por donde Él quiera, sin tristezas ni preocupaciones. Dejar todo cuidado, teniéndolo únicamente en recibir a cada momento aquello que Él quiera, con gratitud, fidelidad y amor. ¡Qué bueno es Dios! Si Él está contento, vengan penas, ¿verdad? En manos de Dios estamos, y no puede ser sino bueno lo que Él haga de nosotros. Cuando las cosas se hacen por Dios, ¡qué tranquilidad da todo lo que pueda pasar!

¡BENDITA CARIDAD!

Qué verdad es que la caridad une los corazones. La caridad es cosa que el Señor recompensa siempre. La caridad para con Dios se mide por la caridad que se tiene con el prójimo, y ésta roba el Corazón del Señor y… el de las criaturas también. Me pareció entender que quería el Señor fuese muy delicada en la caridad y me consagrase toda a ella. Sentía como necesidad de ejercitar la caridad, aunque sea en pequeñeces, para probarle a Él el amor. ¡Bendita caridad, que tanto bien hace a las almas!

LA HUMILDAD

Busca el Señor almas vacías para llenarlas de Sí. El Señor busca a los pequeños y humildes; séalo muy de corazón para llegar a la íntima unión con Él. Sin humildad no puede haber virtud alguna. ¡Qué encantos tiene la vida humilde y la pobreza! ¿Qué tendrá el rincón? Con todos sus santos así hace el Señor. En el último lugar quiso estar Cristo en su casita de Nazaret y en la tierra, pues más último lugar que morir ajusticiado no puede haberle. Fue por nuestro amor. Necesito vivir olvidada, desconocida, despreciada, lo más cerca posible de su vida santísima. No tengo más que esta vida, y quisiera darle durante ella todo el dolor, toda la humillación que sea posible. Enamórese de no ser nada, no servir para nada, no contar para nada, porque esto sería una felicidad inmensa: abrazarse a Él, sumergirse en Él, imitarle a Él y pasar así estos cuatro días de vida. Mire siempre su nada y Él lo hará todo. Quiera sufrir las mil cosillas que hay que sufrir, y sólo con eso el Señor obrará en las almas. Es un gozo no ser nada para que Él lo sea todo en mí. Lo sé por experiencia: cuanto menos es uno, más se encarga Él de todo. Cuando se reconocen con humildad las culpas y faltas que podamos tener, se borra todo. Me encuentro capacísima, si Dios me dejase un momento de su mano, de hacer todo cuanto otra persona puede hacer; sólo me da compasión y deseo de ayudar a las almas.

¿QUÉ SERÁ VER A DIOS?

¡Qué buenísimo es nuestro Cristo, qué hermosísima es su Iglesia! ¡Qué será el cielo! Nada se nos harán al fin de la vida los dolores del camino. ¡Qué será cuando por fin se suelten los lazos que sujetan al alma a esta vida y caiga en los brazos amorosísimos de nuestro Dios! Volar a nuestra patria verdadera, acabarse ya este tiempo de prueba, ver el rostro desconocido y amado de Cristo. ¡Qué será! Esta vida no es más que un paso para la verdadera, y aunque nos cueste tanto la separación de las personas queridas, es muy grande consuelo pensar que nos reuniremos en el cielo con nuestro Dios para siempre. Esta vida se pasa volando, y lo único que vale es lo que hagamos para la otra. Lo de aquí se trocará en peso de gloria para el cielo. Sólo en el cielo podremos comprender todo cuanto el Señor ha hecho por nosotros. ¡Qué nada es todo lo de aquí, a lo que a veces hemos dado tanta importancia! Bendito sea Él que nos ha dado luz para comprender que sólo la tiene amarle y servirle y procurar que los demás lo hagan. ¿Qué será ver a Dios cara a cara y poseerle para siempre? ¡Qué buenísimo ha sido dejándonos conocer esto poquísimo que conocemos de Él! El pensar, como decía nuestra Santa Madre Teresa, que vamos a ser juzgados de Quien con tanta razón amamos, es para deshacerse de agradecimiento, ya que mucho más nos ama Él.